Pasa otro día de la inocencia en vano, en cajones vanos, en
cenizas vanas.
No hay velas encendidas ni apagadas.
Mi habitación está desordenada, y es sin dudas, un alma
indigna de volver a sofocar los fantasmas la mía.
No hay fraseos mágicos en el bosque, no hay inspiración en
la mente de los que leen o escriben la ciencia.
He rechazado un mundo veces, por ser incapaz de hacerme
preguntas, y hacerse el cuestionamiento necesario tantas veces frente a sus
espejos mercenarios.
Tengo que levantarme una vez más, esconder mis alas púrpura
en un traje formal o semi-formal, y guardar mi espíritu caminante para subirme
a esa oruga subterránea que me arrastra arrebatando electricidad a hospitales
y a los hospedajes de quienes son ya cansados transeúntes de esta “rosada vía”.
Tengo que convertirme yo misma en la virgen de la muerte,
con el objetivo principal de mimetizarme con el ritmo capitalino, con las
bocinas perturbadoras y motores contaminantes.
Tengo que convertirme en alguien perfectamente reconocible,
común y capaz de no ser recordado entre la multitud que recorre la frialdad de
las baldosas.
Tengo que subirme como cualquier civil al autobús, e
intentar esconder mi humanidad del niño que recorre un camino solitario hasta
su hogar.
Tengo que ocultarme entre tantos clones, tener su color, su
olor y su expresión inamovible, su ceguera emocional, y sobre todo, su cuerpo
totalmente programable.
Michael Jackson durante el juicio del 2005. Fue liberado el día 13 de junio. |
Milza López-2016
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