martes, 21 de junio de 2016

Marianela (I)

I

Estaba sentada en el jardín
sin dormir,
robándole brillo a las estrellas para mirar,
y esperando lo que no quería esperar…
Tan sólo pensaba, quietamente pensaba:
Es mejor mirarse en el desconcierto extraño
que el alma parece que besa,
da igual vivir o morir en lo lejano,
soñando capturar la idea:
Su voz, su sonrisa, sus manos,
su sombra, melodía de mi planeta…
Ser para él es lo más deseado,
pero yo ya estoy lejos de su Era
para la cual sus ojos se han ocultado.
¡Y no esperará mi confusión entera,
no poseo de flores el claro ramo
que se agita al viento de quien posee belleza.
Y no esperaré, por esto, todos los siglos en vano,
no me alcanza la paciencia,
pero pase lo que pase le amo,
aún contra toda mi vergüenza,
aún contra el poder de los tiempos, los años!
Juro por las oraciones de los desolados campos,
desde los troncos a las mineras,
por las naciones en el barro
y por el fuego del Sol en la hoguera,
la belleza de lo que amo
es infinita y eterna,
no es material quemado,
no se entrega a la tierra,
Él trae consigo la inmensidad del palacio
que su cuerpo alberga;
Él jamás ha sido engaño,
sino la fortaleza,
mas si a su lado marcho,
es sólo guiando su tatuada estela.

Pero cómo deseo ser yo,
preciosa flor en su campo,
cuidada, colorida, suave,
brillante y perfecta
con la que él se detenga caminando…
Pero cuando sus ojos momificados
se abran a los colores,
no verá en mí su ilusión ingenia;
Él comprenderá el inmortalizado llanto
que es lluvia cuando en la mirada hay tormenta,
y entonces se perderán todos los andados
caminos, paisajes y conversaciones
que dan luz a mi calvario
y que se ahogan cuando al palacio
llega la doncella:
Estará con él la flor
que a sus ojos no haga daño
(y que forma el dolor más grande
que mi alma ostenta).

Él se lamentará de mis pétalos secos
que caen con la brisa
y descienden a su tierra,
por eso él huirá.
Ellos decían que soy yo quien desmorona su paso
y que destruye su presencia,
yo no merezco estar a su lado 
¡jamás un refinado Príncipe con una pobre plebeya!
Y cuando él me descubra se sentirá avergonzado,
y me borrará de su pasado, su presente y su alma,
“Aquí nada ha pasado”,
dirá condenándome a la más cruel sentencia,
y recordará con lástima
la devoción que le prodigué,
y tal vez piense en mi tristeza,
y le remorderá saber que dos flores ha cortado,
pero sólo una es para vivir con ella.
¿Y la otra? Obligada a morir en el manantial,
que por muy decoroso que sea,
no es más que la tumba

de las flores que solas se quedan. 
Captura de la adaptación cinematográfica de Marianela.


Milza López - 2004
Colección inédita
Homenaje a la obra de Benito Pérez Galdós

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