No tengo casi nada que envidiarle a Sinem Kobal, nunca quise ser modelo, actriz o gimnasta. Nunca quise ser rubia y aunque pudiese pagarla, no tendría ropa de diseñador.
Supongo que lo único que le envidio abiertamente a es
tener a su lado Kenan, y poder irse con él de vacaciones a lugares como Grecia o Londres. Y
poder recorrer cualquier calle de su mano y saber que él no la soltará. Y poder oler las flores que él lleva
hasta su balcón. Y poder verse en esos ojos tan expresivos y llenos de algo que
jamás podría describir. Sólo eso. Nada más.
Pero claro, si yo pudiera llevarlo conmigo probablemente
viajaríamos al Tíbet, o a Perú, o la Patagonia, o al Amazonas puro con ríos hirviendo.
A veces lo que la gente cree que es amor no es más que un
fenómeno de autocorrelación espacial que produce, a la larga, una serie de
falsos positivos.
Como siempre, yo y mis amores imposibles…
Qué mala suerte nos toca a las sirenas aceptar, la de ver a
los amados navegantes a otros destinos sólo porque no deben confundirse en
nuestros ojos profundos, o sólo porque los caprichos del espacio tiempo no desean darnos en el gusto aunque sea un día en este trayecto.
Sinem Kobal y Kenan Imirzalioglu, imagen modificada para el blog. |
Milza López 2016
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