Los golpes de tu puño se hicieron eternos,
esposados siempre a los truenos en tu voz,
los mares de tu odio son infiernos
y clavan sus olas en la víctima del sol.
Yo lo sabía,
no podía permanecer
en tus brazos mi vigilia,
ni en mi alma tu mujer.
La madrugadas siguen tu nombre,
las últimas mentiras caen de tu ser,
colisionan con lo que tuviste sin querer
y asesinan lo que perdiste como hombre,
desvaneciendo todo lo que olvidaste…
La leyes creadas entre nosotros mueren
y descubren las lágrimas,
las armas sepultadas en el jardín siniestro emergen
y en tus manos se desenvainan.
Tú no querías
escogerme para siempre,
tú pretendías
tomarme para perderme;
y yo lo sabía,
en la sombra estaban los trenes
llenos de agonía
y ahora, con el papel en llamas
solamente la angustia en tu clavel permanece.
Fotografía tomada en Valparaíso, Chile. |
Extraído de "La flecha envenenada y otros textos",
Milza López, 2007.