P E R M A N E C E R (II)
Los golpes de tu puño se hicieron eternos, esposados siempre a los truenos en tu voz, los mares de tu odio son infiernos y clavan sus olas en la víctima del sol. Yo lo sabía, no podía permanecer en tus brazos mi vigilia, ni en mi alma tu mujer. La madrugadas siguen ...
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