“Bienvenida a la capital del Infierno”,
dijo Eva.
¿Ves? Todo se acabó, no lo vuelvas a mirar jamás; siempre tiene el
puñal más hermoso para llevarte con él al abismo, y encerrarte en ese lugar,
para que te duermas con pesadillas, para que todo se extinga a sus pies, bajo
un cielo de tormentas y eclipses.
No. No lo imaginaste así, no imaginaste una nueva guerra en la
cúspide de la traición, no imaginaste que yo volvería a por ti y que sería tu
amado quien me llamara. Todo acabó otra vez, lo mejor será que partas de la
Tierra; ven aquí, yo te he esperado en silencio días enteros, aguardando un
nuevo abandono. No, esta vez no voy a obligarte, no tengo armas apuntándote. Si
tú quieres, puedes venir donde nace el suicidio: el final del dolor está en los
ríos de sangre que fluyen por tu corazón hecho trizas. Esta vez las cadenas de
mis demonios han desaparecido, es tu ángel, el que tanto amas, el que te envía
a esta plataforma… Te borró de su destino. Tal vez nunca estuviste allí.
Ven, mira, mata, llora, grita. Tu ángel te hizo prisionera del
miedo, el miedo que te hace subterránea luz a base de sombras; tu ángel que
amas y sueñas te tiene en sus pesadillas, reflejando su desprecio cada vez que
quiere huir. Ahora estamos frente a frente, perdidas, hemos hallado el camino
oscuro, la agonía de tu alma te ha traído hasta mí. Y yo te traigo a mi ciudad
natal, Pandemónium, aquí vine a matar a tu Príncipe y a su fruto… Aquí está él,
sin vida, y su padre, el cuerpo de la confusión, ya no tiene alma, está poseído
por uno de los nuestros, por un ángel negro, un demonio blanco. Pero ni su
belleza ni su maldad te pertenecen.
Ilustración de Gustave Doré (1832-1883) para La Divina Comedia. |
Milza López, 2005-2006
Colección inédita, exclusivo para Blogger
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