domingo, 20 de marzo de 2016

Earthquake (Desclasificado)


La despertó la mano cálida de su esposo en la espalda, que se aproximó a su hombro y acarició tiernamente su cuello. Su hombro se pegó al de ella, mientras abría los ojos a la tenue luz del alba que comenzaba poco a poco a impregnar la habitación en tonos dorados y bordes resplandecientes. 
El tibio cuerpo de su amado se abrazó al suyo, sintió ese aroma cercano y acogedor que le fascinaba tanto, él posó su pierna por sobre su cadera y ambos se fusionaron en un abrazo como nubes que se derretían y se volvían una sola al calor del amanecer nuevo. Ella tomó su mano y la besó, rozó sus yemas por su rostro y sus labias, deseando infinitamente que ese momento se le hiciera lo más extenso posible en el tiempo. "Buenos días, corazón", susurró él, antes de sellar su saludo con un sonoro beso cerca del oído de su amada. Ella se acurrucó más a él, y le dijo "Buenos días, amor". Una dulce sonrisa se dibujaba en los rostros, y él con su mano libre comenzó a acariciarle el cabello. "Te amo, hermosa", "y yo a ti, mi..." No pudo continuar su frase, un dolor casi insoportable invadió su vientre, y un espasmo contrajo su cuerpo de cuajo. "¿Estás bien?", preguntó asustado su marido. 

Ella se despegó de su amado y se levantó de la cama desnuda, no estaba segura de lo que sentía, comenzó a sentir un frío inusual para las mañanas de Junio en el hemisferio norte, y caminó con prisa hacia el baño, sin ponerse la bata. Entró al blanco cuarto y repentinamente se le hizo más grande aún de lo que ya era. La tina parecía muy distante, el bebedero en forma de cisne parecía tener una expresión triste y bizarra, y los miraba como si con los ojos pudiera hacer acercamientos precisos. El blanco piso se sentía como de nieve compactada bajo sus pies descalzos, y se se sentó con dificultad sobre el inodoro y volvió a sentir otro fuerte espasmo en el vientre. Por alguna razón no podía orinar si quiera. No podía hacer nada en lo absoluto, y el dolor comenzó a expandirse hacia la boca del estómago y luego hacia su pecho. El muro de enfrente comenzó a alejarse, sintió un vértigo y otro espasmo la invadió. No sabía qué le estaba sucediendo y el dolor se propaga en forma intensa e intermitente. Empezó a temblar sobre aquel inodoro, en un gesto como si se abrazara a sí misma. El golpe del espejo contra la pared la hizo reaccionar de súbito, no sólo ella temblaba, sino que toda la casa. Y no era un temblor cualquiera, las cortinas tambaleaban, las toallas comenzaron a resbalar de los colgadores, los frascos de perfumes y todas las lociones cayeron, reventando su vidrio gelatinoso contra la cerámica. Se incorporó dolorosamente e intentó correr hacia la habitación, al encuentro con su amado, pero tropezó estrepitosamente al resbalarse en la cerámica con un líquido frío. Pero no había tiempo de seguir sintiendo el dolor corporal, se fue cojeando hasta él, y el camino hasta la salida nunca se le había hecho tan largo. Un pasillo oscuro y ruidoso estaba tras la puerta, un pasillo que nunca antes había estado allí, y los cuadros magnificentes caían uno tras otro. Otra puerta se cruzó en su camino, mientras su cuerpo se colmaba de un dolor que casi la dejaba inconsciente. Jadeaba, a penas podía respirar, y la manilla de la segunda puerta parecía trabada y congelada. Sus dedos morados lucharon desesperadamente y el apagón se notaba por toda la casa. No podía gritar si quiera el nombre de su amado. 

Cuando por fin pudo cruzar a la habitación principal el caos era total. No recordaba tener tantos muebles, tantos libros, tanta ropa ni tantas lámparas. Y la cama. La cama estaba totalmente cubierta por objetos que habían caído sobre ella, cajones con ropa a medio desordenar, vidrios de ampolletas trizadas y una de las lámparas de pie la cubría. Sí, una de las robustas lámparas de bronce que custodiaban las esquinas superiores había caído diagonalmente sobre la cama en la que estaba su amado. No podía verlo, estaba totalmente cubierto, casi envuelto. Olvidó todo el dolor de su cuerpo y se aproximó muda hacia su lugar de descanso. Sentía que se empalidecía cada vez, y se aprontó a hurgar briosamente las mantas, las cortinas, las ropas, todo lo que cubría en ese momento a su amado. Y cada vez que movía algo se volvía más y más pesada la capa de tela siguiente dejándola casi sin fuerzas. El sismo había cesado, pero las imágenes parecían no tener coherencia, las cortinas bordadas en oro no tenían cómo haber llegado hasta allí, no había forma en que llegasen a envolver su cuerpo, pero las quitaba una tras otra, la escena ni siquiera parecía congruente y volvía a removerlas junto con los cajones de ropa y los pedazos de vidrio molido que descartaba casi sin respirar. De pronto sintió un dolor casi mudo que golpeó como el disparo de un fusil en el pecho. Eran los blancos pies inmóviles de su amado, con marcas de golpes. Por el mismo camino siguió desesperada, develando sus piernas delgadas y parte de sus brazos. "No, no, no, no...!!" El pánico la invadió. No alcanzó a ver la faz de su marido cuando despertó con un dolor intenso en el cuerpo. Las lágrimas la hicieron reaccionar del sueño al bañar su cara. ¿Y él? Hacía tiempo ya lo había enterrado, pero en cada despertar debía volver a recordar...

Fotografía original del autor, sur de Chile, 2011.

Milza López 2015-2016
Proyecto Viuda de Némesis, en construcción
La Femme Web Developer

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